Una persecución con Don Luis
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Álvaro y Fernando estaban castigados, les sorprendieron mientras fumaban detrás de los autobuses y, por supuesto, eso estaba prohibido en nuestro colegio. Pero tampoco era una falta grave, por lo que el castigo consistió en quedarse unos minutos tras las clases, lo justo para que perdieran el autobús.
Una vez cumplido el castigo, pensaron en volver a casa en metro, lo que suponía un largo paseo desde el colegio hasta la estación. Pero cuando se disponían a emprender el camino, se encontraron con Don Luis. Don Luis era nuestro profesor de historia, un señor mayor, de apariencia y modales exquisitos, al que los alumnos apreciábamos por su gran conocimiento e infinita paciencia. Además, era un buenazo, por lo que no se negó a acercar a Álvaro y a Fernando a la estación cuando éstos se lo pidieron.
En cuanto salieron en coche del colegio, se vieron sorprendidos por un ciclomotor que emergió de un camino de tierra paralelo a la entrada del recinto. Pero aquel ciclomotor resultó no ser uno cualquiera, era el de Borja (amigo en común de los dos estudiantes), el cual llevaba dos días sin ver, desde que desapareció de delante de su casa. Sobra decir que en aquella época un ciclomotor (aunque fuera un cacharro heredado de dos hermanos) era su posesión mas preciada, su pasaporte a la independencia, su libertad. Y obviamente, se lo había contado a sus amigos.
La reacción no se hizo esperar, Fernando gritó con fuerza: «¡Acelere Don Luís! ¡Al ladrón! ¡Siga a esa moto! Mientras golpeaba apremiante el salpicadero del coche. Tras una breve explicación del suceso, Don Luis emprendió la marcha, renqueante, dudoso de estar haciendo lo correcto persiguiendo a un ladrón de motos adolescente acompañado por dos estudiantes exaltados. Pero, a pesar de sus dudas iniciales, no siguió el itinerario previsto, siguió a la moto, mientras repetía sin cesar: «¡Chicos, en que líos me metéis!».
Quiso la fortuna que la persecución no se prolongara demasiado. A escasos dos kilómetros de dónde había empezado, el Opel Corsa de Luis se cruzó con una patrulla de la policía municipal y, tras ser informados de la situación, tomaron el relevo de la persecución. A partir de ese punto, Don Luis decidió que ya había tenido suficientes aventuras por aquel día, dejó a Álvaro y a Fernando en el sitio, a la espera de la llamada de la policía, y se marchó a casa.
La llamada no tardó en llegar. Los dos estudiantes debían dirigirse a la comisaría de la policía municipal para identificar al ladrón. En principio, la identificación de un ladrón ataviado con un casco puede resultar difícil, pero para Fernando no lo fue. Lo tenía claro: muy joven, complexión pequeña y grandes ojos azules. La descripción coincidía a la perfección con uno de los sujetos que se encontraba en la sala de identificación. Álvaro no se lo podía creer, el presunto ladrón era demasiado pequeño, estaba demasiado asustado y, además, tenía cara de bueno. Luego resultó ser un delincuente juvenil reincidente fugado de un centro de menores.
Borja, reclamado por la policía municipal, se presentó en la comisaría. Recuperó su ciclomotor (bastante dañado), pero desistió de poner una denuncia, la idea de enfrentarse a un proceso legal por unos daños en su vieja moto le pareció ridícula y, por si fuera poco, aquel chaval metido a ladrón de motos inepto parecía ya tener suficiente encima.
Esta historia es verídica, les sucedió hace ya algunos años a las personas anteriormente nombradas. Sin embargo, creo que algunas cosas no cambian demasiado. A día de hoy, seguramente, mi moto sigue siendo mi posesión más preciada, no puedo ni imaginar la sensación de impotencia y frustración que me supondría perderla a manos de un amigo de lo ajeno. Por eso, les recomiendo que contraten una cobertura anti-robo en su seguro. Si a mi amigo le pudo robar la moto un niño con pocas luces, imagínese lo que pueden hacer dos adultos con una furgoneta…