Juntos, café para dos, comprar un automóvil a medias
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Alberto y Roberto se despiertan a las 6:00 de la mañana todos los días y, si no fuera porque duermen en habitaciones separadas, podrían pasar un matrimonio bien avenido. Se reparten todos los gastos que conlleva compartir piso: alquiler, recibos de gas, agua, electricidad e Internet. En materia de higiene, el gel lo compra siempre Alberto, que a Roberto le da lo mismo uno con esencia de almendra que otro con crema hidratante adicional: son amigos y compañeros de piso.
Muertos de frío, los Bertos, como así les llaman en su lugar de trabajo que también comparten, esperan el autobús urbano. Que les llevará al laboratorio donde investigan con ratones y células madre mientras realizan su doctorado (por separado, eso sí) en bioquímica.
ALBERTO: esto es lo peor. Cuando ya me he despertado esperar el bus me hace entrar en coma…
Roberto se quita los grandes auriculares y mira el gesto adusto de Alberto.
ROBERTO: no te he oído pero sé que has hablado…
ALBERTO: que no puedo más con el transporte público.
ROBERTO: te has dado cuenta de que si miras detenidamente a un punto fijo sin pensar en nada, puedes imaginar que estás en cualquier otro lugar mejor.
ALBERTO: si tú lo dices…
El sonido del motor diésel y aún frío de un Peugeot 206 plateado del 2002 le impide a Alberto soñar que vuelve a su cama, y junto con Roberto, ven pasar al coche ocupado por dos chicas rubias, y jóvenes, como ellos, pero con una apariencia mucho más despierta, e incluso contenta. Son sus vecinas del bloque. Los Bertos observan como el coche desaparece después de la segunda rotonda y permanecen en silencio unos segundos.
ALBERTO: por qué ni siquiera saludan, o pitan, o… ¿hacen algo para saber que nos han visto?
ROBERTO: no nos saludan porque la alta, que se llama Inka, se acaba de sacar el carnet de conducir, e irá todavía un poco nerviosa.
ALBERTO: vaya con las chicas Erasmus, cómo manejan… Ya me gustaría a mí haberme comprado coche nada más sacarme el carnet de conducir.
ROBERTO: El coche es de las dos. Se lo han comprado juntas.
ALBERTO: Pero la dueña será una de las dos.
ROBERTO: No. Se la han comprado entre las dos. Las dueñas son las dos. Se puede. Y sin necesidad de estar casados, o rollos parecidos.
ALBERTO: ¿y tú cómo lo sabes? Las invitaste a cenar sin contar conmigo… el finde que estuve fuera, a qué sí…
ROBERTO: No. Me lo ha contado Julie, la más guapa. Solas no podían pagar un coche, pero entre las dos, sí.
ALBERTO: ¿CUÁNDO te lo ha contado?
ROBERTO: anoche. Como tú NUNCA tiras la basura, lo hago yo. Se ve que Julie y yo tenemos el mismo horario…
ALBERTO: si tuviésemos un coche ahora mismo todavía podría seguir durmiendo, no tendría frío y llegaría más despierto al labo. Sabes qué te digo, Roberto…
ROBERTO: dime, Alberto.
ALBERTO: ¿te quieres comprar un coche conmigo?
Los Bertos se miran a los ojos, y se dan el «sí, quiero».
Con mucho más mimo que cuando compran juntos las bolsas de basura perfumadas y con cierre fácil, los Bertos eligieron el vehículo más acorde a sus necesidades y posibilidades. Con el dinero que se ahorraron al contratar su seguro con el mejor comparador de seguros de internet, el de seguros.es, pudieron encargar a una gestoría que realizase toda la gestión de la compraventa y librarse así de pedir un día de vacaciones en su trabajo. Una gestión similar a la de comprar un coche usado, y cuyo único elemento adicional es el de realizar un contrato de carácter privado (y gratuito) en el que se estipula que el coche está comprado entre dos personas, aunque en el Permiso de Circulación sólo figure uno de ellos.
Y los Bertos fueron felices, y comieron perdices con Inka y Julie, también. Pero esa es otra historia. Mucho más larga de contar y con más vericuetos que comprarse un coche a medias…