Carrera en la autoescuela II
Compara los mejores seguros
Si en el anterior capítulo de este post os conté mis aventuras para sacarme el carné A en el circuito cerrado, en esta ocasión os contaré como me fue la prueba en carretera abierta.
Para hacerlo interesante empezaré por el final: suspendí. Y no una, sino dos veces. Yo, el tío que llevaba más kilómetros en moto a mis espaldas que Marco Polo, suspendí. Pero lo que es aun más grave, en mi primer intento, suspendí por lento y por prudente. ¿Raro verdad? Pues como lo oyes. Tuve un par de faltas por, primero, hacer una zona de curvas a una velocidad que el examinador consideró lenta; y la segunda, por no atreverme a adelantar a un autobús parado porque hubiera rebasado una línea continua. Resulta irónico que mis dos faltas sean exactamente por exceso de prudencia en las dos infracciones más habituales en moto: exceso de velocidad y adelantamientos inadecuados.
La segunda fue si cabe aún más extraña. No por las circunstancias, sino por la forma de hacerlo. Esta vez no fue por alguna apreciación subjetiva, extraña o incomprensible del secuaz de tráfico. No. Fue por saltarme un `Stop´. Así de gorda y evidente. Pero hay que matizar: no se trataba de un `Stop´ de esos con línea, letras y hasta señal, no señor. Se trataba de uno que consistía en una línea transversal en medio de una rotonda. ¿Has visto alguna vez un Stop en medio de una rotonda? ¿No, verdad? Pues yo tampoco hasta aquel día. Además, se trataba de una rotonda en una entrada a una gran ciudad y en plena hora punta, es decir, la rotonda parecía la guerra de las Termópilas. Todos los que vamos en moto sabemos que en una situación de tensión como esa lo primero que hay que hacer es fijarse en el tráfico (que fue lo que hice) para que no te lleven por delante, y no en la dichosa rotonda mutante.
A la tercera fue la vencida. Tampoco hice nada del otro mundo, simplemente circular de forma normal, por una carretera normal y con un examinador normal. Y por fin me dieron el carné. Creo que a día de hoy, si hicieran el examen de conducir en carretera a todo el mundo (tanto automovilistas como a motoristas), habría un número de suspensos mayor al 90 por ciento.
Por eso creo que sacarse el carné debería ser una prueba de mínimos y no una sangría económica. Una prueba de mínimos que se ajuste a la realidad, en la que se vean situaciones reales y un manejo real del vehículo, y eso no pasa necesariamente por las autoescuelas, ni por unos exámenes, que evidentemente no sirven para mucho, excepto para sacar dinero a la gente.
No entiendo que haya que hacer una prueba de carretera si se tiene experiencia previa; bien sea por tener el A1 o por haber conducido una moto de 125 convalidada durante algún tiempo. No tiene ningún sentido que una persona que, como en mi caso, tenía más de 25.000 kilómetros de experiencia con una 125 tenga que hacer una prueba de carretera con el consiguiente gasto que supone. Me entraban ganas de decirle al examinador: “Mire usted, si a estas alturas sigo vivo, creo que es suficiente garantía de que puedo conducir una motocicleta”. Que por cierto, tampoco sé que experiencia tendrán ellos.
Por eso creo que ya es hora de que la administración se ponga las pilas en este sentido. No vale con dificultar y encarecer sucesivamente el acceso a la moto mediante el carné. Si usted quiere reactivar el consumo de motocicletas deberá facilitar el acceso a la gente y no dedicarse a inflarse los bolsillos a cuenta de los que se lo puedan permitir. Es evidente, que seguirá habiendo accidentes, y todos queremos disminuirlos, pero dificultar el carné no hace mejores conductores. Y además, no necesitamos que el estado nos venga a hacer de niñera, contándonos que lo hace por nuestra seguridad. Si quiere que estemos más seguros, que arregle las carreteras y proteja los guardarrailes, que de lo demás ya nos preocuparemos nosotros.
Vssss y ráfagas