Mis caídas en moto estilo Valentino
Hay un famoso dicho motero que dice así: «Hay dos tipos de moteros, los que se han caído y los que se van a caer». La cruda realidad, es que, efectivamente hay dos tipos, los que se han caído y los que se volverán a caer.
Hay un famoso dicho motero que dice así: «Hay dos tipos de moteros, los que se han caído y los que se van a caer». La cruda realidad, es que, efectivamente hay dos tipos, los que se han caído y los que se volverán a caer.
Yo he tenido tres accidentes en moto de importancia significativa. Aunque la verdad es que nunca me he llegado a romper un solo hueso, por lo que deduzco, que he tenido suerte. Los tres son bastante diferentes y, creo que, cada uno a su manera, ejemplifica una situación que todos los que andamos en moto nos hemos encontrado alguna vez. Las he titulado: La caída «Valentino», la caída » bordillos en la oscuridad » y la caída «el gato volador».
La caída Valentino: ocurrió cuando tenía 15 años. Mis padres me acababan de comprar mi primer ciclomotor (Una flamante Gilera DNA), después de haber pasado un año en Irlanda y yo me creía Rossi. Por aquel entonces, tenía mi Biaggi particular en mi grupo de amigos. Javi, con su temible Typhoon. La Typhoon no era una moto especialmente rápida de serie, pero Javi, la había trucado hasta convertirla en mi particular bestia negra. Además, era un sicópata como conductor, por lo que mi teoría de competición consistía en «él es más rápido en las rectas, así que tendré que pillarle en las curvas». El problema fue, que tomando una de esas curvas di con mi carne contra el asfalto. Y digo «carne» literalmente, porque iba en bañador. Nunca olvidaré el dolor de limpiar aquellas heridas (de las cuales tengo todavía algún recuerdo tatuado) y lo ridículo que me sentí.
Pero aprendí dos cosas: La importancia de llevar el equipamiento adecuado, y lo tonto que es echar carreras (sobre todo si el otro tiene una moto más rápida).
Bordillos en la oscuridad : sucedió cuando tenía unos 20 años. Por aquella época había estado trabajando una temporada y me había comprado una preciosa Aprilia RS 125 de segunda mano con pocos kilómetros. Era la moto de mis sueños, la versión de 2005 Réplica Poggiali, negra con las llantas rojas y un tubarro Arrow que hacía aullar su brioso motor de dos tiempos. Pero aquel motor tenía un problema: no andaba absolutamente nada por debajo de las 6000 revoluciones, por lo que había que llevarla siempre alta de vueltas. Consecuencia: siempre ibas corriendo. Y la moto corría. Mucho.
La noche de los hechos me dirigía al cine (donde había quedado con unos amigos) por una zona residencial. Tras pasar por una zona mal iluminada y hacer un «Stop» al estilo «ceda el paso», lo siguiente que recuerdo es despertarme en la ambulancia preguntando por el estado de mi moto. Lo que pasó, fue, que tras el «Stop» había un bordillo que sobresalía más de lo debido en la carretera, no lo vi, y choqué de lleno contra él. La moto salió despedida con tal fuerza que dobló por la mitad una farola contra la que impactó. Yo solo tuve una pequeña conmoción y heridas superficiales. Y aquel día aprendí otras dos cosas: Que la administración no siempre presta atención al diseño de infraestructuras viales, y que si éstas te causan un accidente, buscarán cualquier excusa para no indemnizarte.
La última historia es la del gato volador: un año después de encontrarme con el «bordillo en la oscuridad», había convertido mi Aprilia en una Cafe Racer, ante la imposibilidad de pagar las tapas nuevas. Me dirigía a mi casa, cuando, tomando una rotonda por el carril exterior, percibí que la conductora del vehículo iniciaba la marcha con riesgo claro de que chocáramos. Pité, pero el golpe fue inevitable. No obstante, me dio tiempo a enderezar la moto y a frenar algo antes del impacto, por lo que, en el momento que este se produjo, salté cual gato por encima del capó del coche, saliendo totalmente ileso del incidente (también ayudó el que fuera bien equipado). La señora se disculpó y zanjamos el asunto ante la policía municipal con un parte amistoso. Cuál fue mi sorpresa, cuando la compañía de seguros me informó de que esa misma señora se había retractado de lo dicho con intención de no pagar. Pero ya era tarde, la policía tenía la declaración inicial y no hubo marcha atrás.
Aprendí otras dos cosas: Que la policía es muy útil a la hora de hacer un atestado y que en las rotondas (y cruces en general), hay que extremar las precauciones.
Con estas tres anécdotas, pretendía recordar, que es bueno tener un buen seguro en tu vehículo, pero que el seguro más eficaz, a fin de cuentas, somos nosotros mismos. Id con cuidado.
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